jueves, 19 de noviembre de 2009

LA BENDICION DE MENTIR

[Por: Howard Andruejol]
Mi buen amigo, editor general de esta revista, me envía puntualmente un calendario con las fechas de cada edición, y por supuesto, espera que con la misma cortesía yo le corresponda enviando los artículos a tiempo. Trato de cumplir de la mejor manera cada vez. Pero, debo confesarte, que hoy estoy redactando esta nota con una semana de atraso. Si no hubiera sido por un correo que recibí esta mañana (que decía “Mañana terminamos la revista y hoy me dijeron que nunca recibieron tu escrito. Sólo quiero preguntarte si algo pasó o simplemente se te pasó la fecha. Déjame saber. Cuídate mucho.”), no me hubiera dado cuenta de mi gran error.

Una opción es responder “correctamente” de la siguiente manera quizás: “¿No lo recibiste? Te lo envío nuevamente hoy en la noche.” Por supuesto, nunca lo recibió ¡porque nunca lo envié! O tal vez solamente decir “¡Aquí te va! Saludos.” y hacer caso omiso a la confesión de mi culpa (“¿o simplemente se te pasó la fecha?”).

Técnicamente, podríamos argumentar que esas respuestas son correctas. Son respuestas “apropiadas” para no quedar mal, para disfrazar algo. Tácitamente, te vas por la primera opción (que él mismo dijo, “¿algo pasó?”) y le echas la culpa al correo electrónico (o al menos logras que él piense eso).

Así que tuve que tomar una decisión y escoger entre la respuesta tramposa o la cruda realidad. Entonces, respondí: “Amigo… ¡ahora si metí la pata! Se me pasó por completo (a pesar de tenerlo anotado en mi agenda). Fatal. Perdóname. Si me das la oportunidad, te prometo que hoy en la noche te lo preparo y envío.”

Escogí decir la verdad (y verme mal). A veces no es fácil, y por supuesto, puede ser incómodo echarse la culpa a uno mismo. Pero, es lo correcto.

Está de más contarles la respuesta de Arturo: “No te preocupes… mándalo. Y gracias por tu sinceridad.” ¡Qué alivio!

La honestidad (y dicho sea de paso, la integridad) tiene que ver con decir la verdad, sobre todo, sin importar el precio. En ocasiones, puede ser impopular, desagradable, penoso, incómodo, vergonzoso, doloroso; y en otras oportunidades será fácil, agradable, sencillo y cómodo. Da igual, porque ¡siempre debemos ser sinceros!

Si somos francos, cuando mentimos (o cuando disfrazamos verdades a medias) estamos pensando únicamente en nosotros mismos. En ese momento no nos importa mucho Dios (quien es verdad y no hay ninguna mentira en Él) ni en las personas que nos rodean (que confían en nosotros y nos tienen en alta estima). Pensamos en nosotros de manera egocéntrica. Pero… ¿cómo te sentirías si alguien más te hiciera lo mismo? ¿Qué se siente ser víctima de engaños?

El desafío diario es entonces el siguiente: “Dejen la mentira, hable cada uno a su prójimo con la verdad, porque todos somos miembros de un mismo cuerpo” (Efesios 4:25:). La razón tiene que ver con el siguiente llamado: “Imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios” (Efesios 5:1,2).

A veces, la mentira podría ser “de bendición” y sacarte de apuros; pero no es una muestra de amor a Dios ni a tu prójimo. No es un “sacrificio fragrante para Dios”; no es “llevar una vida de amor”. No es la conducta de un(a) hijo(a) de Dios.

Tengo que hacerme un examen personal, sincero y cruel, para ver si la mentira no se ha infiltrado en otras áreas de mi vida, o en otras relaciones personales. Tengo que evitarla, tengo que sacarla. Y con cariño, te invito a hacer lo mismo.

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